viernes, 15 de enero de 2010

EL ESPÍRITU ETERNO.

Pinceladas de realidad y ficción salpican una obra que parece tener la guerra como escenario casi exclusivo.
En épocas donde la guerra española y sus nefastas consecuencias suponen el pan de cada día, alejarse de todo ello es un fin más que razonable. Dejando tan sólo en el recuerdo todo lo que había sido su vida en las tierras españolas y a todos los que la guerra se había cobrado, Marina abandona su país natal y pone rumbo a la capital francesa.
Siendo la guerra denominador común, las calles parisinas se ven repletas de oficiales nazis, y sus ciudadanos, presos del poder que ejercen sobre ellos.

Con los sentidos alerta, la lengua larga, sin grandes lujos y sin apenas alguna meta, Marina desarrolla su vida sumida en aquella actividad que tanto le apasiona: la música. Con grandes dotes para el piano, sus conciertos no tardan en ser aplaudidos, ni ella en convertirse en una aclamada pianista.
Sin embargo parece que su futuro no solo le depara una fructífera actividad musical. Como cosa del destino, su vida se verá trastocada por un temido oficial nazi que, aunque en un principio parece ser causante de las desgracias que acontecen a la muchacha, no tardará en convertirse en el “único clavo ardiendo” al que poder agarrarse.
Ambos se verán envueltos en un misterio oculto durante siglos, misterio que dará un papel secundario a una guerra global para ofrecer el protagonista a una guerra interna.

Ocultos en la ciudad que antes los acogía con agrado y perseguidos tanto por el bando nazi como por el opuesto, Erich y Marina vivirán un breve romance al que dará fin la repentina muerte del oficial nazi y el recién desvelado enigma: Marina es Lilith, la primera mujer que Dios creó, incluso antes que Eva. Es aquella que se reveló ante Dios y ante Adán, y a la que se conoce mundialmente como muerte.

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